Un señor gritón, una señora guapísima y un tren que para en Calatayud
(Historias cotidianas contadas de forma extraordinaria. Ese puede ser el quid de la cuestión ++ Este es mi envío n.º 179 de Cuento Cosas).
✏ Desde mi escondite
Hoy escribo desde Praga. Hemos venido, pasando por Málaga, para ver al Boss. Hace muchos años estuve aquí en un viaje de prospección de hoteles. Ahora, de prospección de bares. La vida. Último concierto importante (creo) antes de las vacaciones.
☕ Cotidianidades Extraordinarias
Me gusta viajar en tren.
En realidad, me gusta viajar de cualquier manera.
Y como lo hago a menudo, pues intento disfrutar de los trayectos.
Reconozco que el avión cada vez me gusta menos. Por el estado de borreguismo que estamos adquiriendo. Por como nos tratan en los aeropuertos y en los aviones. Por el poco margen de flexibilidad que tienes en todo: paga por mejorar tu asiento, por llevar más equipaje, por hacer menos colas, por un puto café a precio de oro.
El tren me da mucho más juego. Es más lento, cierto, pero te permite una movilidad y un disfrute distinto. Puedes leer, trabajar, dormir o nada. O puedes observar. Que es lo que suelo hacer.
Subo al tren con la intención de echar una cabezadita. Sobre todo si madrugo mucho, como hoy, que es cuando estoy escribiendo esto. Pero entonces, empiezo a observar a mis vecinos de vagón: empieza el salseo.
Barcelona Sants: un poco de todo. Personas bien vestidas (o mejor dicho, elegantes) que intuyo van a trabajar a la capital (la mayoría se bajan en Madrid). Suele ser una elegancia distendida, casual. Hoy, también hay gente rockera, que va al concierto de Guns N' Roses (las camisetas les delatan). Dos parejas de recién jubilados que van a pasar unos días a Córdoba. “Ahora que hace menos calor y hay menos gente. Es lo que tiene poder viajar cuando la gente trabaja” (Totalmente de acuerdo, señores).
Varios guiris con mochila. Unos más jóvenes, otros no tanto. Todos recorriendo mundo.
Un grupito de personas que trabajan en la misma empresa y que coinciden en el bar con un señor que va a dar una conferencia a Málaga sobre IA enfocada al bienestar. Empiezan a hablar, como quien no quiere la cosa y se cuentan las experiencias de viajar invitados por la empresa. Yo sigo observando.
Primeras paradas: Camp de Tarragona y Lleida. Sube poca gente. Tienen otro rollo, más común (y que nadie se ofenda, pero es que pasan mucho más desapercibidos).
En Zaragoza, el tren se llena. ¿Y eso? Pues ni idea, pero tengo que volver a mi asiento original, en un grupo de cuatro, sin mesa y de espaldas a la marcha. Lo de tener asiento aleatorio.
Detrás de mí, un señor chillón con acento argentino que parece que esté solo en el vagón. No deja de hablar por el móvil, hasta que, de una manera emocionalmente elegante, le pido si puede irse a hablar al espacio entre vagones, que una intenta concentrarse.
Me mira raro. Chico, lo siento, es un vagón silencioso.
Calatayud pasa sin pena ni gloria. La estación está casi desierta.
Y llegamos a Atocha. Al mogollón. Aquí la mezcla también es interesante. Suben los elegantes menos casual y más clasiquitos (o cayetanos, como diría mi hijo). Mucha corbata, mucho cuello blanco (sí, aún existen) y mucha camisa con iniciales bordadas. Pero mucha. Algunas mujeres muy guapas y algún engominado que igual se ha confundido y tenía que ir dirección Sevilla. Menos mal que hace calor y no llevan chaleco.
Seguimos. Próxima parada: Córdoba. Se bajan los jubilados, más contentos que unas castañuelas.
Aquí también sube bastante gente. Guiris, gente joven, algún señor con pinta de abogado muy serio o de juez. Qué sé yo.
Por imaginar, te puedes imaginar las vidas de cada una de las personas que viaja en el vagón. Delante de mí, una de estas mujeres guapísimas. No sé si es madrileña, pero por el bronceado que tiene, diría que es más del sur. Efectivamente. Habla por teléfono con un acento malagueño inconfundible. Después de varios años, aún me cuesta un poco entenderlos.
El señor que va a mi lado no ha dejado de teclear en todo el viaje. Un mail, otro, y otro… Qué máquina de escribir correos.
Una última parada breve en Antequera. Campos de olivos por doquier. Y en nada llegamos a Málaga. Pues ya está: un ratito de escritura, otro de lectura, otro de pódcast y música todo el rato. Un café y un bocata de jamón (traído de casa, que aquí también te sablean por comer cosas infumables) y viaje terminado.
Sí, me gusta viajar en tren. Porque es un divertimento y una mina de contenido. Muchas vidas para inventarte y muchas historias para contar.
Para que luego la gente me diga que no saben qué contar o qué escribir. A mí, de mis días cotidianos, me gusta sacar historias extraordinarias. Que no lo son en sí mismas (o sí), pero sí por la forma en la que son contadas.
La próxima vez que te plantees sobre qué vas a escribir, piensa en todas las cosas ordinarias que hay en tu mundo y que se pueden convertir en extraordinarias. Y dale.
Claro, que… si no sabes por dónde empezar, o tu pensamiento es: “pereza máxima y además no tengo tiempo”, aquí estoy para echarte una mano. Con los textos de tu web, de tus publicaciones, de tu catálogo de productos, de tus presentaciones o de tus correos.
Para escribir estos últimos, tus mails, tengo un servicio muy apañado, que al señor que viaja a mi lado seguro que no le hace falta, pero quizás a ti sí.
Un empujoncito inicial para que te arranques con eso de escribirle a tus clientes. Sin dramas. Sin fórmulas mágicas. Con naturalidad, con gracia y con estrategia. Yo te doy ese primer impulso y tú decides hasta dónde quieres llegar.
☘ De remate
No te vayas sin esto:
P.S. Me sorprendió que en el AVE, el café del carrito que pasa por los vagones sigue siendo de termo, el aguachirri de siempre. En Iryo van con máquina de cápsulas. Igual de malo e igual de caro, pero con espumita.
P.S.2 Praga está siendo muy divertida. Si dejamos de lado las hordas de gente que hay. Somos demasiados humanos, definitivamente.
P.S. 3 Este post scriptum es serio. Te pregunto: ¿A cuántas newsletters estás suscrito? ¿Y cuántas de ellas acabas leyendo de forma recurrente? Yo esta semana he hecho un poco (o un mucho, según se mire) de limpieza de boletines y newsletters que no leo nunca o casi nunca. Seamos prácticos, me doy de baja. Por mi salud mental. Y te animo a hacer lo mismo. A veces tenemos muchas ganas de leer cosas, pero no acabamos teniendo tiempo para todo el mundo. De veras, si no lees nunca mi newsletter, puedes darte de baja desde ya.
✔ Trucos, trastos y algo más
Estoy viendo con mi hijo pequeño la serie The Office. Empecé a regañadientes, porque me parecía simplona, tonta y sin ningún atractivo especial. Casi la dejo a mitad de la primera temporada. Pero Icar me dijo: “dale una oportunidad, me han dicho que mejora muchísimo”. Y olé, olé y olé. Nos está encantado. Vamos ya por la sexta de nueve y estamos partidos de la risa. Adoramos a Michael Scott, a Jim y a Pam, incluso un poquito al rarito de Dwight.
—¿Un capitulito?—, Icar, cada noche que cenamos juntos.
Y el jingle del principio de la serie ya forma parte de nuestras vidas, lo tarareamos de manera compulsiva cada vez que empieza. Lo de “saltar la intro” aquí, no ha lugar. A ver si te suena.
Aquí tienes algunas de las mejores lecciones que nos ha dejado esta gran sitcom. Creo que me daría para escribir unos cuantos mails.
🫢 Palabras Improbables
Cada semana, una palabra común con un significado que no esperabas. Inspirado en Verbolario de Rodrigo Cortés, porque el lenguaje siempre tiene sorpresas.
A propósito de…
Viajar, v. intr. Quedarse quieto mientras el mundo marcha. // 2. Quedarse quieto en el extranjero. // 3. Quedarse quieto mientras pasa el tiempo.
📷 La imagen
Ojalá una foto de Bruce aquí. Pero cuando envíe este correo aún no lo habremos disfrutado. Mientras tanto, foto del cuarteto disfrutando de la vida. Eso lo bordamos.
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