Silencio, por favor: cómo sobrevivir al exceso de verborrea
(La epidemia del bla, bla, bla (y cómo librarte de ella). // Este es mi envío n.º 158 de Cuento Cosas //).
✏ Desde mi escondite
Hoy escribo desde Málaga, después de haber viajado de Barcelona a Valencia (no llegué a Alicante) y de Valencia a Málaga. Mis periplos peninsulares. Creo que en breve me van a dar el frequent traveller del trayecto al sur.
☕ Cotidianidades Extraordinarias
Miércoles. 7.00 a.m. Me acomodo en el vagón del Euromed que me llevará a Alicante.
Aún no le he cogido el truco a esto de elegir asientos. Solo puedo escoger entre pasillo o ventanilla, y un misterioso "asiento aislado" que todavía no sé qué significa. Todo esto, claro, sin pagar extra, porque como decía mi sabia abuela: “Pagant, Sant Pere canta”.
Total, que me ha tocado uno de esos asientos de cuatro, sin mesa y de espaldas a la marcha.
—Los has bordado, Moni.
Va llegando gente y se van sentando. Una pareja a mi derecha, un grupo de tres colegas de trabajo a mi izquierda. Y empiezan a rajar, todos a la vez. Y cuando digo rajar, es literal (como dirían los adolescentes), porque su conversación (de unos y de otros) es para despotricar de fulanito, menganita y los de más allá.
Yo que me imaginaba un ratito dormitando tan a gusto, hasta que fuera hora de ponerme a teclear. No sé por qué no pedí vagón silencioso. Pardilla que soy.
Resignada, me pongo los auriculares y subo el volumen de la música más de lo que me gustaría, solo para intentar bloquear el parloteo.
Últimamente, tengo un problema con el ruido. Más que con el ruido en sí, con los cotorreos. Me pasa lo mismo cuando voy a pilates. A las 8 de la mañana, muchas mujeres llegan con una energía desbordante y un entusiasmo increíble... para darle al pico. Cotilleos, anécdotas sin sustancia, conversaciones triviales. Y sí, ya sé, es mi opinión, y como dice el refrán: "Las opiniones son como el culo, todos tenemos una."
Lo reconozco, me cuesta abstraerme. Hago mi mejor esfuerzo, aunque hay días que el nivel de verborrea y el tono son tan altos, que me entran ganas de coger la motosierra y empezar a repartir. Soy muy tranquila para unas cosas y muy intolerante para otras, qué le vamos a hacer.
A primera hora de la mañana, necesito silencio y empezar el día con calma.
Además, he notado que las personas hablamos mucho y escuchamos muy poco.
Al hilo, ayer leí que un diálogo apresurado impide que el oyente capte el mensaje. Las personas que hablan rápido, por lo general, suelen:
Alterar el tono de voz, elevándolo o bajándolo de forma abrupta, dificultando la comprensión.
Cometer errores al pronunciar palabras.
Usar rellenos innecesarios (ah, em...) o repeticiones constantes (es decir, quiero decir, así que...).
Perder el foco del mensaje, haciendo que el oyente le dé menos valor o incluso sienta cierto estrés.
En el tren, en pilates y en la vida en general. Hay demasiado ruido. Y no hablemos de redes sociales o medios de comunicación, donde el ruido es ensordecedor. Todo el mundo tiene algo que decir, consejos que dar, opiniones que imponer. Pero, con tanto alboroto, ¿cómo logramos discernir qué es realmente importante?
También esta semana, en un debate superinteresante de la presentación de un libro, cinco intelectuales de renombre afirmaban que damos credibilidad a la información que recibimos en función de quién la emite, en función de la fuente. No puedo estar más de acuerdo. También decían que el lenguaje ayuda a crear realidades y que debemos ser muy cuidadosos al escoger las plataformas o los medios donde publicamos, si es que publicamos.
Me llamó especialmente la atención una idea: el día que alguien consiga crear la narrativa real y auténtica de la sociedad, gestionando el contexto de las conversaciones, habrá un cambio de paradigma. Parece complejo, pero me dejó pensando en el poder de la comunicación bien dirigida.
Bueno, que me voy y estoy abriendo melones demasiado grandes.
Concluyo. Necesitamos menos ruido y más silencio. Más espacios para reflexionar, para encontrar los mensajes que son realmente importantes y que no pasen desapercibidos. Y para ello, necesitamos seleccionar bien nuestras fuentes y nuestros canales de comunicación. Tanto si emitimos como si recibimos.
Si sientes que tu negocio se pierde entre tanto ruido, yo puedo ayudarte. No prometo grandes revelaciones, pero sí pondremos orden, prioridades y claridad. Y créeme, ese es un primer paso muy importante.
☘ De remate
No te vayas sin esto:
P.S. Madre mía, cómo me he ido de un simple viaje en tren, rodeada de charlatanes (o personas demasiado locuaces), a casi meterme en un jardín del que no sabría salir, dónde convergen filosofía, neurociencia, historia, creatividad y narrativa. No es divagar, en serio. Este debate del que hablo, fue a raíz de la presentación del libro Material Prescindible, escrito por un intelectual elevado, Daniel Solana. No sé si seré capaz de leerlo entero, pero la edición es preciosísima.
P.S.2 Hablando de ruido… Ese es también el título de una canción de Sabina. Dice que, con tanto ruido, hubo una epidemia de tristeza en la ciudad y al final, llegó el final. Es bonito.
P.S. 3 ¿Estás dudando si los canales en los que estás comunicando son los adecuados? ¿Sientes que hay mucho ruido a tu alrededor? Escríbeme si tienes ganas de poner orden en tus comunicaciones. Por aquí.
✔ Trucos y trastos
La friki distracción del momento. Una app que, en cuestión de segundos, te crea una canción sobre lo que tú quieras. Se llama Sunno y solo tienes que darle unas brevísimas indicaciones, añadirle un ritmo y listo. Si además le pones tu voz, que seguro es una opción en la versión premium, puedes convertirte en compositor y cantautor en menos de lo que canta un gallo. Es divertido para dedicar canciones a tu gente. Aunque también te digo: Esto se nos va de las manos.
🫢 Palabras Improbables
Cada semana, una palabra común con un significado que no esperabas. Inspirado en Verbolario de Rodrigo Cortés, porque el lenguaje siempre tiene sorpresas.
Ruido, m. Información innecesaria. // 2. Viruta que da forma y contenido al cerebro.
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Me pone mala la gente que habla en el tren como si estuviera en una cafetería. Adoro viajar en tren, pero siempre tengo que ponerme auriculares a tope para aislarme de los cotorreos, como dices