Dopamina vs serotonina: ¿Eres de placer inmediato o de felicidad duradera?
(Yo elijo la segunda, aunque reconozco que las chuches de dopamina molan bastante. ++ Este es mi envío n.º 178 de Cuento Cosas).
✏ Desde mi escondite
Hoy escribo desde Barcelona. Unos días de trabajo intenso y de prepararse para volver a hacer de Willy Fog. Qué vida, esta. Y cómo me gusta.
☕ Cotidianidades Extraordinarias
Volvía en el AVE desde Madrid. Había sido un finde intenso. Ya sabes, cumpleaños gitano.
Una cena de cumple muy chula en un japo distinto. Somos de barra. Unas entradas para ver El Rey León por sorpresa, que me emocionaron mucho. La obra, también.
Y para rematar, el concierto de Sabina, que no creí que iba a gustarme tantísimo. También me emocioné. Y lloré. Vaya finde de lágrimas. Todas de felicidad.
Hablando de felicidad.
Vuelvo al principio. Venía en el AVE escuchando un podcast. No siempre me gusta confesar a quién escucho —o a quién veo en YouTube—. Creo que a eso se le llama placer culpable. Algo que te produce placer, pero que también te causa un poco de vergüenza ajena.
El caso es que volvía reventada y no quería complicarme la vida con algo profundo ni que exigiera mis cinco sentidos. Y empecé a escuchar:
— El placer es efímero, y cuanto más placer busquemos, más infelicidad vamos a sentir.
A ver… ¿Cómo va esto?
Más serotonina y menos dopamina. Que esta última está muy guay, pero viene en picos y cuando baja, deja un vacío incómodo.
No es lo mismo sentirse bien… que estar bien.
Y no, no es una frase para quedar bien. Es ciencia (y sentido común).
Vivimos en modo scroll. Un vídeo detrás de otro. Otro café. Otro “me gusta”. Otro logro que no sabemos ni por qué celebramos.
Todo rápido. Todo ya. Todo dopamina.
La dopamina es esa chispa que salta cuando consigues algo. El subidón que sientes al terminar una tarea, comerte un croissant de chocolate o ver que te contestan un whats en tres segundos.
Es un chute. Y como todo chute: dura poco y pide más.
Por eso estamos enganchados a la dopamina. Porque nos hace sentir mucho… durante muy poco.
Pero lo que de verdad queremos —aunque no lo sepamos decir— no es eso.
Lo que queremos es paz. Respirar más lento. Estar bien sin que pase nada extraordinario.
Lo que queremos es serotonina.
La serotonina es otra historia. Es la química del bienestar. De la calma.
No te dispara, te sostiene. No te acelera, te acompaña.
Sube cuando duermes a pierna suelta.
Cuando caminas al sol sin prisa.
Cuando te ríes con alguien que te cae bien.
Cuando haces algo que tiene sentido. Algo que te conecta contigo.
No se trata de elegir entre una y otra —somos humanas, no robots, de momento—, pero sí de saber en qué dirección queremos ir.
¿Placer que se esfuma o bienestar que permanece?
En el podcast lo decía una neurocientífica: cuando nos falta serotonina, nos sentimos vacías. En vez de cuidarnos, atiborramos a nuestro cerebro de “chuches de dopamina”.
Y claro, cuando se acaban… llega el bluf.
Ya sé que es una forma muy burda de contarlo, pero me he dado cuenta de que he tenido el fin de semana repleto de placeres. Ergo, dopamina a full.
Y no es que esté mal, qué va. Me lo he pasado genial y he disfrutado mucho, aunque es cierto que si no haces lo posible por generar serotonina, la sensación de vacío llega. Y la dispersión. Y ese runrún de fondo que te deja el cerebro hecho papilla.
Porque un cerebro disperso… es un cerebro infeliz. Y eso sí que no.
¿Qué proponían en el podcast? Lo de siempre:
Dormir bien.
Comer triptófano (sí, se llama así: está en el plátano, el huevo, el chocolate negro).
Hacer ejercicio.
Rodearte de gente que te quiere bien.
Ayudar a alguien sin esperar nada a cambio.
Escuchar tu música favorita.
Y… Ser emocionalmente elegantes.
Esto me gustó.
La elegancia emocional no tiene que ver con cómo hablas ni con cómo vistes. Tiene que ver con cómo gestionas lo que sientes. Es la capacidad de entender y gestionar tus emociones. Sin agobiarte ni desbordarte.
Es mirar a los demás con atención.
Poner límites sin bronca.
Tener criterio sin imponerlo.
Pedir perdón sin excusas.
Aceptar un “no” sin convertirlo en un ataque personal.
Es ser tú, con respeto. Con verdad.
Y también se entrena. Como la serotonina.
Eso me hizo pensar en que también podemos aplicar ese concepto a nuestra narrativa y a nuestra comunicación.
Comunicar con elegancia emocional es contar las cosas como son, sin empujar, sin disfrazarlas, sin edulcorarlas.
Escribir con elegancia emocional es:
Decir lo que haces y mostrarlo. Sin adornos. Con hechos. Sin gritar.
Persuadir con argumentos. Sin urgencias falsas ni fórmulas vacías. Desde la claridad.
Nombrar tus logros con naturalidad. Están ahí. No hace falta más.
Contar lo que vendes sin disfrazarlo de otra cosa. Sin justificar.
Escribir con tu voz. Sin copiar estilos. Sin impostar cercanía.
Hablar para quien te importa. No necesitas caer bien a todo el mundo.
Saber cuándo callar. Porque no todo se explica. Y a veces lo más potente es lo que no se dice.
Es escribir para conectar, no para impresionar. Para explicar, no para demostrar. Para acercarte, no para pasar por encima.
La elegancia emocional está en el tono, en el respeto al lector, en la escucha previa a cada palabra que decides escribir.
Y eso —cuando lo aplicas a tu marca— se nota. Mucho.
Te separa del ruido. Te hace reconocible. Te hace confiable.
Ea! No me dirás que no te he dado argumentos suficientes para convencerte de los beneficios de la elegancia emocional. En todo su espectro.
¿Te gustaría aplicarla en tus comunicaciones?
Si estás leyendo esto y llevas semanas pensando que tu lista de suscriptores está medio muerta, pero te da pereza retomarla porque no sabes qué contar ni cómo contarlo… Quizás va siendo hora de aplicarle un poco de elegancia emocional también.
Por si aún no te has enterado, tengo un servicio. “Resucita tu lista fría”.
Una forma sencilla, directa y muy tú de volver a hablar con esa gente que un día te dejó su mail, y que solo necesita una buena razón (y un buen tono) para volver a escucharte.
No hace falta empujar. Hace falta volver a conectar.
¿Te ayudo con eso? En el enlace de arriba.
☘ De remate
No te vayas sin esto:
P.S. Menuda chapita de introspección te he dado hoy, ¿verdad? Seguramente, nada que no sepas, y no pretendo ir de lo que no soy, pero a mí me gustó escucharlo y ya sabes que cuando algo me gusta, lo comparto.
P.S.2 Sí, he tenido dopamina a full, pero también sé que mi nivel de serotonina es bastante guay, aunque a veces, la fantástica menopausia se empeñe en tomarse muchos chupitos de esa hormona a mi salud.
P.S. 3 Si quieres aumentar tus niveles de serotonina, puedes resucitar y darle calorcito a tu lista. Es AQUÍ.
✔ Trucos, trastos y algo más
Ando redecorando mi casa. Poquito a poquito, que no tengo demasiado tiempo y todo vale un quintal. Tengo un montón de cosas para inspirarme, aunque hoy vengo a recomendarte Historias de Casa, una web/blog/templo de inspiración de casas bonitas, alegres y llenas de luz y de plantas. Brasileñas tenían que ser, la mayoría. Podría vivir en muchas de ellas.
Y otra recomendación que nos trajo el viaje a Madrid. La barra de la Taberna Laredo (¿He dicho que somos de barra?) ¡Qué sitio! ¡Qué huevos con patatas y carabineros! ¡Qué tortilla de alcachofas! ¡Qué todo! Su web reza: “Lo que vas a encontrar en Laredo es producto, producto y producto…”. Doy absoluta fe.
🫢 Palabras Improbables
Cada semana, una palabra común con un significado que no esperabas. Inspirado en Verbolario de Rodrigo Cortés, porque el lenguaje siempre tiene sorpresas.
A propósito de…
Dopamina, f. Combustible que estimula y sostiene las redes sociales.
📷 La imagen
Madrid también estaba a full de calor. Cuando ya no puedes más y te sientas en un banco a pintarte los labios.
→ Si has llegado aquí por casualidad y quieres recibir más mails como este…
→ ‘Compartir es vivir’, así que, si te ha gustado este email, compártelo con alguien a quien creas que también le va a gustar.
→ ¿Quieres contarme algo? Avanti….
Eso de la serotonina también puede ser “estar tranquilo” porque eso es a lo que aspiro..