Cómo Kelly llegó a ser copywriter
(De vender viajes a contar historias, esta es mi vida. // Este es mi envío n.º 162 de Cuento Cosas //).
✏ Desde mi escondite
Hoy escribo desde Barcelona, después de pasar dos días en el Montseny, que en febrero y a falta de Formentera, no es mal plan. Dos días de diálogos y conversaciones profundas, que bien podrían haber acabado en crónicas de Instagram si aún lo tuviera. Echo de menos esos microrrelatos que servían para ilustrar mis idas y venidas. Hemos hecho una buena sesión de llar de foc, que nos apetecía mucho. #strocstroc
☕ Cotidianidades Extraordinarias
“Quiero trabajar desde donde yo quiera, cuando yo quiera y, a ser posible, con quien yo quiera.”
Nunca he contado por aquí de dónde salió este mantra.
Bueno, pues ha llegado el momento. Hoy me embarco en un viaje exprés por mi trayectoria profesional, con sus curvas, atajos y algún que otro bache bien sorteado. Espero que no salga mucha chapa.
¿Sabes eso de ‘más vale tarde que nunca’? O lo de, ¿nunca es tarde si la dicha es buena?
Pues ahí ando yo, repitiendo estas frases día sí, día también.
Verás por qué.
Todavía no sé muy bien cómo he llegado hasta aquí. A ser copywriter, quiero decir. Y a darme cuenta, por fin, de que realmente lo que me gusta hacer es ESCRIBIR. Y que puedo vivir de ello.
Yo diría que llevo haciéndolo toda la vida. Lo de escribir. Desde que tenía 10 o 12 años y me dio por escribir un libro basado en Los ángeles de Charlie. Si eres de mi quinta, ya sabes de qué te hablo. La serie auténtica, la de Jacklyn, Farrah y Kate. Las tres estupendas.
Yo era Kelly, la morenaza. ¡Cómo me gustaba recrear las aventurillas! Y como siempre he sido más bien vergonzosa, en vez de hacer el paripé, disfrazarme y hacer una performance, yo escribía. Las historias, las aventuras, como si fueran capítulos de un libro.
Después escribí un montón de diarios. En mi adolescencia de tragedia y tormento. Que si chicos, que si amigas, que si el tenis, que si los estudios, que si los pesados de mis padres… Todas esas cosas que ahora leo y me parto de risa por el drama que llegué a ponerles.
Cuando empecé la carrera, trabajé en una agencia de viajes. Allí, estuve muchos años y, además de viajar y montar unos viajes de la leche para mis clientes, también escribía. Las guías de los destinos, las rutas, las recomendaciones de qué ver y dónde comer. Eso también me viene de lejos. Me lo pasaba bomba.
Años más tarde, cuando mi padre se planteó jubilarse, dejé la agencia y tomé las riendas de la empresa familiar. Pasé de vender viajes a vender taladros, sierras de calar y cortacéspedes. Bien bonito todo. Como el negocio era mío, hacía absolutamente de todo: compraba, vendía, gestionaba, llevaba los números, el personal, el stock, los clientes… y la comunicación.
Allí aprendí la importancia de explicar bien a qué te dedicas y lo que ofreces para destacar frente a tu competencia.
Fuimos muy pioneros en el sector, tanto por los productos top que vendíamos como por la forma en que comunicábamos y nos relacionábamos con los clientes. Allí también escribí de todo un poco.
Luego vino la puñetera crisis y, después de una larga agonía, tuve que cerrar la empresa de mi padre. No sabes la angustia que provoca eso.
Fue un punto de inflexión muy importante. Y una gran putada. Cuando pienso en ello, aún me dan tembleques. Me ha costado 10 años salir de ese bache y superar el cierre, los despidos, las deudas y todo lo que conlleva. Pesadilla donde las haya.
Pero una es resiliente y lleva toda la vida escuchando eso de “venga, que tú puedes, eres fuerte”. Y te lo acabas creyendo, aunque a veces no sea verdad y tengas que pasar una larga travesía del desierto, cargada con varias mochilas que pesan mucho y sin una puñetera cantimplora.
En fin, no seré ni la primera ni la última. Como me dijo mi asesor en aquel momento, “el máster de calle que estás haciendo ya lo quisiera el IESE”.
Pues de ahí, di un salto grande y pasé a vender tomates ecológicos y pan de Kamut para gente ocupada.
¿Conoces la chía, el gomasio, el tempeh y los brotes de soja texturizada?
Yo ahora ya sí, pero cuando empecé en el siguiente proyecto después de cerrar la empresa familiar, no tenía ni idea.
Estaba yo perdida y triste, después del golpetazo del cierre. Entonces, llegó un ser de luz (porque me salvó de hundirme en la mierda) y me propuso ayudarla a montar un superproyecto de recetas y alimentos ecológicos que se había traído de Holanda y que era la pera limonera.
Creamos todo desde cero en apenas cuatro meses: la idea de negocio, la estrategia, la imagen corporativa, la narrativa de la marca, el local, los productos, los servicios, la web, los proveedores… Una locura.
Una locura en la que me metí de lleno, ilusionada perdida. Iba a hacer algo que se me daba muy bien: ordenar, gestionar, organizar y comunicar. Toqué doscientas mil teclas y me ‘cambié de sombrero’ doscientas mil veces más. Trabajé muchísimo, pero me lo pasé pipa.
Comunicar un proyecto pionero y complejo fue un reto importante para mí. Me hinché a escribir. Otra vez.
Dicen que hay negocios que llegan antes de tiempo y que por eso no tienen éxito. Creo que este fue uno de ellos. Era ambicioso y complejo, pero no funcionó. Así que, a otra cosa, mariposa.
Oooootra vez a reinventarme. Con la ventaja de que ahora mi mochila estaba llena de experiencias, aprendizajes e ilusión.
Ahí fue cuando adopté el mantra:
—Quiero trabajar desde donde yo quiera, cuando yo quiera y, a ser posible, con quien yo quiera.
(Y sin estructura ni personas a mi cargo, añado).
Por cosas de la vida, acabé en una agencia de marketing, como manager de proyectos digitales y responsable de contenidos. Y ahí descubrí lo que me gustaba ser una negra: escribir para los demás. Crear textos y contenidos que contaran historias, que impactaran y engancharan a quien los leyera.
Después de un tiempo allí, aprendiendo mucho, salté de nuevo al vacío: el maravilloso mundo freelance. Primero acompañada y luego por libre. Yo, conmigo misma. Siempre rodeada de buenos colaboradores, eso sí. Que una no es tonta.
Y hasta hoy. (Bueno, me he saltado la pandemia y unos cuantos tropezones más, pero no tenemos todo el día, ¿verdad?).
Me he especializado en la creación de contenidos, la narrativa de marca y la escritura persuasiva, oseasé, el copywriting, que se usa para vender o para que pasen cosas. Y ya sabes que me encanta contar historias.
Ya te habrás ido familiarizando con el argot si me lees hace tiempo. Entre palabrota y palabrota, haha.
Más de 35 años currando sin parar. Esta es, básicamente, la historia de cómo Kelly llegó a convertirse en copywriter.
☘ De remate
No te vayas sin esto:
P.S. —¡Menuda chapa!, habrás pensado. O no. Me parecía conveniente que supieras de dónde vengo y qué he hecho, para que tengas perspectiva del tipo de trabajo que puedo hacer. Y de cómo podría ayudarte, llegado el caso.
P.S. 2 He trabajado con gente maravillosa durante todo este camino. Aunque me faltan algunos detalles y proyectos, recuerdo muy bien a todas y cada una de esas personas. A todas, un GRACIAS enorme por todo lo que me han aportado. A algunas, una patadita en el trasero también.
P.S. 3 Supongo que lo que sí tienes claro es con lo que estoy ahora. ESTO. Clica y, de paso, a ver si encuentras el parecido.
P.S. 4 Esta historia la cuento en mi secuencia de bienvenida cuando te suscribes a mi lista. Si eres de las personas que ya la ha leído, mis disculpas. Seguro que ya no te acordabas.
✔ Trucos y trastos
Algo más…
Estoy leyendo “Quiero y no puedo”, una historia de los pijos de España, de Raquel Peláez. ¿Frívolo?, puede. Pero también es una radiografía afilada y sin filtros de lo pijo, en un país donde las apariencias mandan y el pijerío muta sin tregua. Y no te creas, no es tan superficial, explica muy bien la evolución de este fenómeno, explorando su relación con la lucha de clases y el imaginario colectivo de lujo, ocio y status. Acabas entendiendo al jeta de Juanca y a todos sus antecesores.
Por cierto, que los libros de Blackie Books son taaaan bonitos.
🫢 Palabras Improbables
Cada semana, una palabra común con un significado que no esperabas. Inspirado en Verbolario de Rodrigo Cortés, porque el lenguaje siempre tiene sorpresas.
Reinventar no está en el libro, así que…
Reiniciar, v.tr. Apagar y encender la vida, a ver qué pasa.
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Llevo poco por aquí y no conocía tu historia y la verdad, me ha recordado mucho a la mía (aunque sin negocio familiar ni proyectos adelantados), pero con las reinvenciones y la escritura como hilo conductor. Ha sido un gusto descubrirte y leerte.