Tengo un cliente descontento.
Sí, esto puede pasar. Seguramente, más a menudo de lo que parece.
No me gusta, por supuesto. A nadie le gusta que le digan que su trabajo no encaja con las expectativas.
Mi primera reacción fue:
––Qué mierda es esta. Con todo el trabajo y las horas que le he metido al tema. No entiendo por qué no les gusta.
Aunque al principio no me dijeron que no les gustaba. Me enviaron un mail dando mil rodeos, contándome que estaban en un punto de inflexión, replanteándose cosas, momento vital y blablabla.
Les pedí una reunión para ver dónde podíamos ajustar y cómo podía ayudarles, aunque fuera más adelante. También les reclamé la cantidad pendiente, ya que el trabajo estaba prácticamente terminado.
Fue entonces cuando me dijeron (por mail de nuevo) que no estaban satisfechos con el resultado de mis textos.
Entonces, me puse a pensar en qué había fallado.
Y me di cuenta de que, desde el principio, las cosas no fueron fluidas del todo. Y de que había varias red flags que quizás no supe ver a tiempo:
Ellos no tenían del todo claro lo que querían. Su idea era unificar varios proyectos bajo una sola marca, pero no había estrategia. Ni de negocio, ni comunicativa. Meeecc.
Tardaron mucho en proporcionarme toda la información que yo necesitaba. Suelo enviar un cuestionario bastante completo que el cliente debe completar. Es imprescindible para hacer un buen trabajo.
Se les hizo bola. Mucha bola.
Yo les hacía preguntas concretas y sus respuestas eran ambiguas. No mojarse, lo llaman.
No me dieron ni un solo argumento de por qué no les gustó mi trabajo.
¿Qué hice yo?
Pues me la jugué.
Creé unos textos un poco más frescos, menos formales, usando un tono más conversacional, fácil y entendible, pero que transmitían todos los valores que yo creía haber captado de mis clientes.
Para mostrarles como un equipo experto y cercano, de confianza, del que sentirse orgulloso, pero quitándoles ‘el palo de escoba del culo’ (nunca usé esa expresión, Dios me libre).
Pero no, no gustó.
De lo que he sacado algunas conclusiones:
No es fácil ponerse en la piel de otro para escribir. Yo tengo bastante buena capacidad para ello, pero necesito información, datos, sensaciones, explicaciones. El cliente también tiene que hacer un trabajo intenso para que yo cree sus copys. No me puedo inventar lo que no sé.
Y en muchos casos, no están dispuestos a hacer ese trabajo. Esa es una big red flag.
A pesar de todo, no siempre se produce la conexión. No suele ocurrirme, pero es una posibilidad que está ahí: no siempre existe el match.
Y un par de moralejas:
Si no tienes claro el rumbo, ni la brújula que vas a usar para seguir el camino, no llegas a buen puerto. Tenlo claro. Estrategia, my friend.
No puedo gustarle a todo el mundo. No estoy acostumbrada a ello (sin que suene a sobradismo), pero eso es así.
Yo tengo que reformular la manera de hacer mis propuestas. Para no pillarme más los dedos.
En fin, ya me he desahogado.
No quisieron sentarse a ver si podíamos solucionarlo. Y por supuesto, perdí dinero, ya que solo había cobrado la mitad del proyecto.
Aunque me quedo tranquila, porque sé que hice un buen trabajo.
Si te estás planteando trabajar conmigo, por favor, ten claro que tú también tienes bastante trabajo e implicación en esto. Es tu proyecto y debes conocerlo bien. Yo te ayudaré en todo lo que pueda, pero hay curro. Y pitonisa, no soy.
P.S. Lo que quiero venderte hoy es que la empatía, la conexión y el trabajo conjunto es vital para que los proyectos de copy se desarrollen en todo su potencial. Y para que los resultados sean buenos para todos.
Y ya está.
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