Mi hijo dice que las películas no se pueden ver en dos veces; hay que verlas del tirón.
Porque pierdes el hilo, el charm, el hype. Lo que sea, pero lo pierdes.
Seguramente tiene razón, aunque yo no suelo conseguirlo. Lo de verlas enteras. Me duermo.
Entonces, tengo dos opciones:
1- Volver a ver la peli, desde el punto en el que (creo) que me dormí. Y esto me puede pasar varios días seguidos.
2- Pensar que la he visto, aunque en realidad me he perdido la mitad. Por tanto, fail.
En cualquiera de los dos casos, me quedo a medias. Y pierdo el hilo. Y la gracia de tener la historia completa y seguida.
Total, si a eso le sumas, las trescientas treinta y tres interrupciones para mirar el móvil, ir al baño si la peli es larga y las cabezaditas que, sí o sí, siempre doy… ver una peli conmigo es una odisea.
Imagínate ver Breaking Bad completa, en VO y con subtítulos en inglés. Cada capítulo empezaba con…
––¿Icar, cómo terminó el capítulo de ayer?
Me odia, y lo puedo entender.
El caso es que esta semana he vuelto a ver, por cuarta o quinta vez, La Grande Bellezza. Esta peli polariza lo más grande.
A mí me encanta (casi siempre la he visto en dos veces, porque es bastante larga). Y cada vez que la vuelvo a ver, me gusta más: su música, sus fiestas, sus personajes imposibles, su frivolidad. Y Roma, decadente y siempre maravillosa, como Stefania (si has visto la peli, me entenderás).
A mucha gente le flipa esta peli, obra maestra del siglo XXI, la llaman. Y otros tantos, la detestan. Les parece un tostón. Frívola y aburrida. Pretenciosa y sobrecargada.
En fin, una peli que da mucho de sí, que cambia y evoluciona cada vez que vuelves a verla y que sí, genera controversias.
Como las generan todas aquellas cosas que se salen de lo estipulado, de lo que se supone que es correcto, de lo ‘normal’.
Todas aquellas cosas que tienen un punto (o un puntazo) disruptivo, distinto, especial.
O las amas o las odias. Ergo, polarizan.
Y aquí podría meterme en un jardín, hablando de cómo quieres que sea tu negocio y tu manera de comunicar: planos, aburridos, pretenciosos y frívolos. O disruptivos, distintos, polarizadores y que llamen la atención.
Yo prefiero lo segundo. Aunque cueste, aunque sea más difícil de explicar. Y aunque requiera hacerte preguntas, rascar en el negocio, en tus valores, en tu manera de hacer y contar las cosas.
Es trabajo, sí. Pero el resultado suele ser algo muy auténtico, honesto y fiel a quién eres.
Y eso comunica muchísimo mejor y hace que ocurran cosas: que tus clientes te escuchen (o te lean hasta el final), que captes su atención, que les toques la fibra, que les remuevas, que hagas saltar resortes… y que alguna de esas cosas les lleve a comprarte, recomendarte o prescribirte.
¿Cómo se hace eso?
Bueno, hoy ya te he soltado una buena chapa. Si quieres más, llámame y seguimos debatiendo.
También puedes escribirme y contarme lo que te pasa por la cabeza. Y vemos.
Y también puedes darte un paseíto por este servicio que tengo para resucitar a tu lista fría de clientes dormidos, a los que puedes contarles un montón de cosas para que pasen cosas. Valga la redundancia.
Y si, como Gambardella, quieres ser el rey de la mundanidad y montas alguna fiesta parecida a las suyas, seré muy feliz si me invitas.
P.S. Es que cada vez que veo esta peli tengo que escribir algo sobre ella. Siempre cosas distintas.
P.S.2: Cositas que me han gustado esta semana:
Por supuesto, La Grande Bellezza, de Sorrentino. Si no la has visto, hazlo y debatimos si es bien o es mal. Yo tengo varias escenas y diálogos favoritos que me encantaría compartir. Si no quieres verla, este vídeo-ensayo disruptivo la resume bastante acertadamente.
La newsletter de Letibop, Cinco puntos, que envía el día 5 de cada mes y en la que cuenta cosas chulas y comparte sitios/movidas/viajes/reflexiones bastante guays. En la de este mes, habla de segundos violines y de ser patata (buena, rica y crujiente) y no trufa.
Y es que no me digas que no es mejor una patata frita bien hecha que un plato con exceso de trufa. Va a parar. Yo también escribí un día sobre eso.
Volver, siempre, a la Bodega Amposta. Un sitio medio escondido en el territorio comanche (cerquita de casa), dónde saben cuidar de sus clientes, su gente y sus platos. Sus garbanzos con carabineros deberían ser obligatorios para cualquiera.
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